Una invitación a la… ¡Confianza!!!

Santo Tomás de Aquino nos define la confianza como siendo “una esperanza fortalecida por sólida convicción”.1 Analizaremos, entonces, algunos aspectos de esa virtud que se hace tan necesaria en nuestros días, pues con frecuencia nos deparamos con personas tristes, desanimadas y a veces desesperadas por no estar habituadas a oír la voz de la gracia que nos invita a la confianza. Infelizmente son tantas las decepciones, proporcionadas por los acontecimientos que nos rodean, que de una manera lenta y subconsciente se va amorteciendo en las mentalidades y las almas la virtud de la esperanza que, según nos dice el catecismo, “es la virtud teologal por la cual deseamos como nuestra felicidad el Reino de los Cielos y la Vida Eterna, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en el auxilio de la gracia del Espíritu Santo.” (1817)

Nuestro Señor nos invita a la Confianza

Durante su vida pública, Nuestro Señor no hizo otra cosa a no ser darnos muestra de su amor por los hombres y de invitarlos a la Confianza.

Al alma culpable, oprimida bajo el peso de sus faltas, Jesús decía: “¡Confianza, hija, tus pecados te serán perdonados!”. “Confianza”, decía también a la enferma abandonada que solo de Él esperaba la cura, “tu fe te salvó”. Cuándo los apóstoles temblaban de pavor viéndolo caminar, de noche, sobre el lago de Genezaret, Él los tranquilizaba con esta expresión pacificadora: “¡Tened confianza! ¡Soy Yo, nada temáis!”. Y en la noche de la Cena, conociendo los frutos infinitos de su sacrificio, lanzaba Él, al partir para la muerte, el grito de triunfo: “¡Confianza! ¡Confianza! ¡Yo vencí al mundo!…”. 2

Son tantas las pruebas de ese amor de Dios hacia nosotros que toda y cualquier persona debería en Él depositar toda su confianza. Debemos tener la certeza de que Él no solo nos asistirá en todas las dificultades espirituales, sino también en todas las necesidades temporales.

Una Promesa Consoladora

“Buscad el Reino de Dios y su justicia y el resto os será dado por añadidura”. Fue así que el Salvador concluyó el discurso sobre la Providencia. Conclusión consoladora, que encierra una promesa condicional: de nosotros depende el ser por ella beneficiados. Nuestro Señor no dice que casi todo nos será dado, ni que por lo menos lo esencial nos será acrecentado, sino promete que el RESTO nos será dado por añadidura.

Lo que es necesario es depositar todas nuestras preocupaciones en el Corazón Divino, buscando cumplir el contrato que Él nos propone: buscad el reino de Dios y su justicia, y Él por su parte, cumplirá la palabra dada: y el resto os será dado por añadidura.

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Nuestra Señora de la Confianza

Claro está que esta confianza no nos desobliga de la oración. En las necesidades temporales, no basta esperar los auxilios de Dios: es necesario también pedirlos.

Jesucristo nos dejó en el Padre Nuestro el modelo perfecto de oración. Ahí Él nos hace pedir el “pan de cada día”: “Panem nostrum quotidianum da nobis hodie”. Pidamos, pues, el pan cotidiano. Es una obligación para nosotros impuesta por la fe y la caridad para con nosotros mismos. Entreguémonos completamente a la dirección de la Providencia, y digamos la oración del Sabio: “No me des ni la pobreza, ni las riquezas; dame solamente lo que sea necesario para vivir; para que no suceda que, yo te reniegue y diga: ¿Quién es el Señor? O que, constreñido por la pobreza me vea forzado a robar, o a blasfemar contra el nombre de mi Dios” (Pv 30, 8-9).

Debemos, por tanto, emplear todos los medios a nuestro alcance para adquirir la confianza. Siempre meditar sobre el poder infinito de Dios, sobre su inmenso amor, sobre la inviolable fidelidad con que Él cumple sus promesas, sobre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Entretanto, nunca debemos detenernos en la mera expectativa. De la reflexión, pasemos a la acción. Debemos hacer frecuentemente actos de confianza: que nuestro día a día sea siempre una ocasión para renovarlos. Y es, sobre todo, en las horas de dificultades y prueba que los debemos multiplicar. No nos cansemos de repetir en todos los momentos de nuestra vida la invocación tan emotiva: “¡Corazón de Jesús, en vos confío!”.

Por Lucas Antonio Pinatti

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1 São Tomás de Aquino, S. Th. 2?2, q. 129, art. 6, ad 3.
2 SAINT LAURENT, Thomas de. Livro da confiança. São Paulo: Artpress, 1960. p.3.

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