Desconcierta a cualquiera el pesado torrente de catástrofes que se vino sobre el pequeño reino de Jerusalén, tras la muerte de Balduino (1185) el joven rey leproso que hoy día ni siquiera figura en el catálogo de los venerables de la Cristiandad.
Divididos entre sí por la deslealtad, traicionados por Bizancio y abandonados por los reinos de Europa, muchos de los cristianos establecidos en oriente próximo además habían perdido, en menos de un siglo, el legado épico que les había dejado Godofredo de Bouillón.
Pueden llegar a ser innumerables los argumentos, razones e hipótesis que dan los historiadores cuando se enfrentan al repaso del terrible drama de un joven rey de 24 años, guerreando desde los 14, despedazado por la lepra para defender una tierra árida sin futuro económico, que para él valía más por ser santa que las frescas y fértiles campiñas de la dulce Francia, de donde procedía la cepa auténtica de su antiguo linaje.
Pero es que hay algo más en el trasfondo de la historia de este reino que parecía abandonado por la Providencia. El reconocido historiador medievalista francés Bordonove (1) ha entretejido en sus investigaciones y elaboradas conjeturas -bien fundamentadas, algo que nos puede dar una explicación aunque insuficiente: el espíritu medieval fue el intento más grande de la historia por llevar a su apogeo la lealtad humana. Es inevitable concluir con el autor que los grandes acontecimientos de la historia de la humanidad han sido el gradual fortalecimiento de lazos de amor fraterno caritativo tejidos lealmente en el reducido espacio vital de un clan familiar, de una pequeña ciudad-estado o de un grupo tribal de los que nace posteriormente la fundación de un imperio o grandes instituciones que sobrepasan el tiempo y su propio ámbito. Así nació el imperio de Gengis Kan y sus caporales e incluso la horda Seljúcida con sus caudillos fascinados por la personalidad de su jefe clánico Selyud que acabó con Bizancio, los califatos árabes y de paso la Cristiandad en el Oriente próximo, pero así nació también el imperio Carolingio con su pares y la fuerte nervadura de la familia Habsburgo contra la cual la guerras de Richelieu y la gran guerra mundial del 14 fue una conspiración continua para destruir su influencia sobre Europa. Virtud caballeresca hoy casi desparecida de la convivencia social y sin la cual no se puede hacer ni siquiera una empresa industrial o comercial, la lealtad es como un sentimiento que va más allá de la ley o de la norma, que compromete por caridad y no por temor a la sanción.
Muchos otros colectivos humanos como las órdenes religiosas, se tejieron con hilos fuertes y dorados de mutua lealtad, y solamente cuando la crítica mordaz y a “sottovoce” se fue parasitando poco a poco, algo así como una metástasis cancerosa imperceptible pero funesta, fue tomando cuenta del cuerpo u organismo social hasta carcomerlo como la lepra que lo mantiene vivo pero podrido.
Ahí se explican los imperios caídos, las órdenes religiosas pasmadas o desaparecidas, las grandes instituciones perdidas y el “desplomamiento” del reino cristiano en Jerusalén. Así se explica también -valga rebajar un poco las comparaciones- la ruina de muchas empresas modernas, como también la pesadez ineficaz de algunas instituciones burocráticas estatales de hoy, que cuando no las está asfixiando la deslealtad, terminan reemplazando la caballeresca lealtad por la complicidad ruin.
Por Antonio Borda
Redacción (Viernes, 17-10-2014, Gaudium Press)
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(1) Georges Bordonove, 1920-2007, Autor también entre otros de “Los reyes que hicieron a Francia” y “La vida cotidiana de los Templarios”.
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