Un hito en la crisis moral del hombre moderno fue la llamada “revolución de la Sorbona”, que, con sus consignas de una radicalidad única, incitaba a un cambio profundo en la sociedad, actuando sobre todo en las tendencias del ser humano. Promiscuidad desenfrenada, desorden, explosiones de violencia anunciaban el nacimiento de una nueva era histórica, en que los instintos serían liberados trás siglos de “esclavitud”.
Después del endiosamiento de la razón en la Revolución Francesa, en 1789, se trataba ahora de llevar “la imaginación al poder”, como anunciaba otro de los eslóganes estudiantiles.
Eslóganes impregnados del espíritu sintético francés
Su instrumento de propaganda fueron los grafitis en las paredes de las universidades ocupadas, que estampaban eslóganes impregnados del espíritu sintético francés. Exteriorizaban la meta última del movimiento que había comenzado reivindicando mejoras en las universidades.
Su eslogan más famoso fue “Prohibido prohibir”. Transmitía la idea de que todas las prohibiciones estaban prohibidas, al que añadían con ironía: “La libertad comienza con una prohibición”. Esta contradictoria frase predicaba una prohibición para que fuera posible el libertinaje más completo.
Estaba “prohibido prohibir” toda forma de capricho a ser satisfecho, toda forma de pecado, toda liberación de los instintos desordenados. Su objetivo, subyacente en la propia frase, era prohibir la práctica de la virtud, en una actitud de plena intolerancia hacia el bien.
Se hicieron muy conocidos eslóganes como: “Si Dios existiera, habría que eliminarlo”; “Ni Dios ni maestro”; “Lo sagrado, he ahí el enemigo”…
Una revolución cultural exitosa
Surgía un nuevo tipo humano, una nueva mentalidad, en fin, un nuevo mundo. Una revolución cultural exitosa -con sorprendente radicalidad, penetración y capacidad de contagio- actuaría en las tendencias del hombre hodierno, llegando a los extremos que hoy presenciamos. Una transformación de la sociedad, un expulsar a Dios de en medio de los hombres. Triunfaba la anarquía. Despuntaba un mundo en el que cada uno podría hacer lo que quisiera, excepto el bien… Nacía una era histórica nueva, que podríamos llamarla “civilización de los instintos”, si fuera posible darle el nombre de civilización.
Según algunos espíritus optimistas, las ideas de mayo de 1968 no alcanzarían los objetivos reflejados en los eslóganes escritos en las paredes de las universidades de París, por su radicalidad. Se engañaban. La acción de contagio ejercida por esta revolución cambió de hecho el mundo.
Conforme alertaba el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en su ensayo Revolución y Contra-Revolución, “la explosión de esos extremismos levanta un estandarte, crea un punto de mira fijo que por su propio radicalismo fascina a los moderados, y hacia el cual éstos van lentamente dirigiéndose”.1
Los protagonistas eran jóvenes aún relativamente bien vestidos y de pelo corto. En esos tiempos la droga no estaba difundida, una minoría usaba blue jeans y zapatillas por las calles, las bermudas ni se habían generalizado. Sin embargo, provocaron profundas transformaciones que fueron penetrando en todas las capilaridades de la vida social, como un mar que se hace pequeño al llegar a la playa, pero tiene detrás de él la enorme fuerza del océano.
Aparecen, pues, nuevos tipos humanos en la sociedad, como “símbolos- modelo” de los hombres de aquella década: desaliñados, cabello largo despeinado, ropas deterioradas, descuidada higiene. Preanunciaban aún grandes alteraciones que no tardarían en llegar.
Eran cambios en el modo de sentir, de actuar, de vivir que provocaban una profunda metamorfosis social y cultural. Surge el modelo hippie, según el cual toda regla moral pasaba a ser contestada. Músicas, vestidos y gestos de acuerdo con el nuevo modelo iban presentándose como una pseudo-liturgia laica, con severas sanciones para los discordantes.
Herbert Marcuse, considerado el ideólogo de esta metamorfosis, deja correr su pensamiento en su “nueva dimensión revolucionaria”, proponiendo un cambio total. Afirma con toda naturalidad que era necesaria la desintegración del sistema de vida de los hombres: “uno puede indudablemente hablar de una revolución cultural, puesto que la protesta está apuntada hacia todo el establecimiento cultural, incluyendo la moral de la sociedad existente”.2
Según algunos espíritus optimistas, las ideas de Mayo del 68
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Choque entre lo sagrado y lo no sagrado
Esta transformación del modo cotidiano de sentir y de vivir se fue desarrollando con mayor intensidad en los últimos años, modificando los hábitos de Occidente. Es la “liberación de los instintos”, es el relativismo moderno que niega la existencia del bien y del mal, de la verdad y del error, de lo bello y de lo feo.
Este fenómeno penetró en vastos sectores de la sociedad, atacando principalmente la institución familiar. Las modas se desplazan rápidamente de la extravagancia hacia el nudismo. Van desapareciendo la cortesía, las buenas maneras, el respeto en las relaciones humanas. Las nuevas generaciones se enfrentan a un mundo anárquico, caótico y agresivo, donde lo vulgar le roba el puesto a lo ceremonioso.
La educación parece que tiene por único fin difundir el espíritu de “libertad” pregonado por los eslóganes de la Sorbona. El surgimiento de los medios electrónicos de comunicación agrava aún más la situación. La avalancha de novedades, impresiones y sensaciones invitan muchas veces a la desaparición del raciocinio.
A los responsables por las comunicaciones sociales les decía Juan Pablo II: “Las modernas tecnologías hacen crecer en modo impresionante la velocidad, la cantidad y el alcance de la comunicación, pero no favorecen del mismo modo el frágil intercambio entre mente y mente, entre corazón y corazón, que hoy día debe caracterizar toda comunicación al servicio de la solidaridad y del amor”.3
Blanco de tantas solicitaciones, los hombres han de elegir entre caminar rumbo a lo sagrado o dejarse atropellar por el secularismo reinante. En otros tiempos -decía Benedicto XVI- era impensable una situación así, “porque se hallaba todavía presente el respeto por la imagen de Dios, mientras que sin ese respeto el hombre se absolutiza a sí mismo y todo le será permitido, volviéndose entonces realmente destructor”.4
En ese choque entre lo sagrado y lo no sagrado, entre la luz y las tinieblas se encuentra el mundo en nuestros tristes días. ¿Qué prevalecerá?
Autor : P. Fernando Néstor Gioia Otero, EP
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