Serenidad, tranquilidad y bondad constituían la nota tónica en el modo de Doña Lucilia gestionar los asuntos domésticos.
Pequeños episodios, vividos con templanza y elevación del alma, dejaban entrever la práctica de sólidas virtudes cristianas en medio de lo cotidiano de un ama de hogar.
El modo como mamá gobernaba nuestra casa es un asunto respecto del cual nunca procuré hacer una visión de conjunto, por la siguiente razón: era una residencia pequeña, muy fácil de dirigir y muy bien dirigida, de manera que causaba impresión, por la mañana, los objetos, que al final del día anterior estaban naturalmente un tanto desarreglados, habían vuelto por sí mismos a sus debidos lugares, y durante la noche el polvo había huido de los muebles.
“¡Pobre gata!”
Una casa en la que vivimos en la Calle Itacolomy[1] fue construida con mucha inteligencia por una persona pobre. Los acabados eran bien terminados, con material de categoría, cerrojos finos, estucos, lámparas, vitrales, todo de muy buena calidad. Era, por lo tanto, un ambiente donde nos sentíamos bien, así fuera una residencia muy pequeña.
El comedor daba para un espacio en el cual se podría guardar un automóvil hasta el fondo del patio, pero nosotros no teníamos carro y Doña Lucilia había transformado aquel lugar en un gallinero. Mi padre enviaba guacales de gallinas de São José do Rio Preto1, donde el tenía negocios, y las aves eran criadas allí.
Había una ventana en el comedor que daba para ese corredor – cosa perfectamente común-, y después el muro entre nuestra casa y la casa del vecino. Pero la propietaria que nos antecedió en esa residencia, con buen gusto en todo, había hecho crecer una hiedra abundante a los largo del muro; en realidad eran dos muros, porque había pared de nuestro terreno y la del otro, y en cierta época nuestro muro acababa y continuaba el del vecino, con la vegetación cubriéndolo.
No sé como una gata, que estaba por tener gaticos, se anidó en aquel lugar. Todos los días, a la hora del almuerzo, aparecía y dormía allí, y decíamos: “Mira la gata…” Pero no sabía que estuviera para dar cría, y mamá tampoco me lo dijo. Yo notaba que ella mandaba darle leche a la gata, pero fingía que no veía…No sé si era solamente leche, y también bizcochos y otras cosas. La gata se echaba allí. Como aquello entretenía a mamá, nosotros conversábamos un poco sobre la gata.
En cierto momento, supe que la gata había tenido una serie de crías, era una algarabía de gatitos maullando, molestando a todo el vecindario, y eso no podía continuar. Mientras tanto, previendo ya la reacción de mamá, en los primeros días tuve misericordia con la gata…Cuando las crías crecieron un poco, yo le dije a nuestra empleada, una portuguesa llamada Ana, para que pusiera fuera toda la familia de gatos.
Sin embargo, yo no quise hacerlo a escondidas de mamá, pues sería un tanto violento, y estaba dispuesto a realizar un trato: en vez de botar los gatitos en un río, dejarlos en una bolsa abierta, en una calle distante. Los gatitos que salieran autónomamente de la bolsa y la gata que tratara de ellos. Doña Lucilia no quiso: “Oh! Pobre gata, no vamos a hacer eso!”. Al final de cuentas, la familia de gatos se mudó cuando quiso…Se quedo allí hasta el último momento posible.
Un ciego de bello porte y que conversaba muy bien
Otro episodio. Mi madre tenía un primo, que cuando era bebé sufrió una conjuntivitis, y un oculista, al tratarlo, dejo caer unas gotas de nitrato de plata en sus ojos, y el niño tuvo sus ojos quemados, y quedo ciego de por vida.
Si bien era un pariente lejano, era siempre muy bien recibido y bien tratado en casa. El nos visitaba con cierta frecuencia y tenía una conversación agradable. Más aún, era un hombre de mucha compostura. No sé como aprendió a mantener el porte siendo ciego y no pudiendo, por lo tanto, ver en los otros como conservar una buena postura. Pero el tenia un bonito porte y conversaba muy bien.
Como no tenía ocupaciones, ese primo ciego hacía visitas extensas: se quedaba en la casa de los parientes tanto cuanto podía. Y ella y mi padre eran muy pacientes y considerados con el pobre hombre. Pero cuando era necesario, mamá se retiraba para tratar de algún asunto de casa o para poner sus oraciones al día.
Al regresar, ella encontraba, algunas veces, esta escena divertida: mi padre, que ya estaba anciano, durmiendo. Pero el no avisaba al visitante, se dejaba hundir en el sueño. Y el pobre ciego no sabía que su interlocutor estaba durmiendo, apenas notaba que le dejaba de responder. Y mi madre entraba, entonces, en puntillas, para que el primo no lo notara, daba unos toques en mi padre y le hacía una señal.
Algunas veces el ciego se daba cuenta, porque mi padre despertaba y decía: ¿”Que pasó, señora?”
Y como suele acontecer con los ciegos, el visitante tenía un oído muy agudo y se daba cuenta de lo ocurrido. Pero siendo muy discreto, no se pronunciaba. Cuando mi padre no decía nada al despertar, entonces el pobre ciego ni cuenta se daba y ambos retomaban la conversación con él. Cuando yo llegaba en la noche, ella me contaba lo ocurrido, creyéndolo gracioso.
Esos eran algunos de los pequeños episodios de la vida doméstica….
(Extraído de la conferencia del 06/07/1982). Rev. Dr. Plinio # 184
[1] Ciudad al Noroeste del Estado de São Paulo.
No se han encontrado comentarios