En el pintoresco pueblo de Veynes, junto a los Alpes franceses, vivía una familia muy religiosa: Pierre Blondet, el padre, Marie-Anne, la madre, y los dos pequeñuelos, Jeanette y Louis. El matrimonio era muy rico y generoso, dando continuamente buenos ejemplos de caridad y auxilio a los más necesitados.
No era extraño, por ejemplo, ver a los empleados del Sr. Blondet llevando al párroco en el mejor carruaje de su patrón para que atendiera a los campesinos enfermos o moribundos.
Y todos los domingos, después de Misa, Marie- Anne atendía con cariño a todos los que llamaban a su puerta pidiéndole un poco de alimento, remedio para sus males o una palabra de consuelo.