La palabra de Dios hecha música

Autor : Hna. Kyla Mary Anne MacDonald, EP

Inmersos en el ajetreo del mundo contemporáneo, siempre absortos por las prisas, la velocidad y el ruido, es posible que no nos sea muy fácil concebir un ambiente diferente.

Sin embargo, invitamos al lector que ahora haga una pausa e imagine… Imagine un monasterio, con un claustro austero, silencioso, acogedor y elevado, por el que caminan unos monjes, sin prisas y recogidos, en dirección a la capilla, iluminada tan sólo por la luz atenuada de unos hermosos vitrales coloridos. Estos valerosos hombres lo han abandonado todo por el servicio a la Religión, dedicando su vida al trabajo, al estudio y a la oración. Y como forma de manifestar el amor desbordante de sus corazones, habitados por la gracia, se unen en una sola voz para dirigirse a Dios. Al unísono, entonan himnos y cánticos que llenan el templo sagrado de melodías dulces y suaves…

Nuestro lector ya se encuentra con el estado de alma preparado para comprender de qué tipo de canto hablamos y cuáles son sus orígenes, y para admirar la misteriosa riqueza y la elevada calidad que hicieron de él el cántico sacro por excelencia.

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El canto gregoriano

El canto gregoriano es una forma de música distinta a cualquier otra de las que se ejecutan hoy, en Occidente. A diferencia de la polifonía, es unísono y su perfección es alcanzada cuando se oye una sola voz, aun siendo grande el conjunto que lo entona.

En contraste con otros estilos musicales, en los que se puede percibir enseguida un compás regular y ritmado, el canto gregoriano se caracteriza por su ritmo libre, como flotando en el aire, liberado del tiempo, en un movimiento ascendente y descendente similar a las olas del mar.

Mientras que la música común y corriente, en general, está compuesta en una escala mayor o menor, que le da diversas características de tristeza o alegría, los ocho modos del gregoriano transmiten una gama más sutil de expresión, en un equilibrio perfecto, como si evitara los extremos emocionales dramáticos.

Éstas son sólo algunas de las razones por las que, para oídos poco acostumbrados a él, el canto gregoriano puede dar la impresión, a primera vista, de ser monótono. No obstante, al dejarse llevar por su armonía, el individuo es tocado por la fuerza singular de una forma de canto que trae consigo siglos de sabiduría y refleja generaciones de talentos religiosos que convergieron rumbo a la perfección de sus melodías —sus “inspiradas modulaciones”,1 en la expresión del Beato Juan Pablo II.

Así, a pesar de su apariencia sencilla, lleva dentro de sí, como observa el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, una formidable riqueza, “un potencial casi inagotable de generar civilizaciones y maravillas en cualquier parte del mundo. Es la fuerza de la inocencia aliada a la gracia, que transformó, por ejemplo, los pantanos y valles mefíticos de la antigua Europa en jardines salpicados de vida y de color, donde, entre arboledas y lagos lindísimos, se destacan grandiosas abadías, imponentes castillos y majestuosas catedrales. Una Europa ‘gregorianizada’”.2

El poder de mover a las almas

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San Gregorio Magno poseía una
enorme comprensión de cómo la música puede mover a las almas.”San Gregorio Magno”, por Francisco de Zurbarán. Museo de Bellas Artes, Sevilla (España)

Uno de los ejemplos más ilustrativos del poder transformador de este canto fue la forma con la que el Papa San Gregorio Magno lo usó para la conversión de los anglos. Su iniciativa de penetrar en la isla dominada por esos bárbaros fue marcada por las siguientes palabras: “la alabanza a Dios Creador debe ser cantada en aquellas tierras”.3 Bajo su dirección, San Agustín de Canterbury entró en Gran Bretaña en cortejo con otros cuarenta benedictinos cantando las letanías “con el ritmo solemne y conmovedor que le había enseñado Gregorio, su padre espiritual y padre de la música religiosa”.4 El celestial canto de los recién llegados fue decisivo, en poco tiempo, para la conversión del pueblo.

Este episodio, uno entre muchos en el proceso de “gregorianización” de la Europa Occidental, demuestra que el Papa —cuyo nombre dio origen a la denominación de ese estilo musical— poseía una enorme comprensión de cómo la música puede mover a las almas con más eficacia de lo que lo consiguen las simples palabras. Esos cantos eran la más sobrenaturalizada de las músicas y, sin embargo, fueron capaces de cautivar a bárbaros y a campesinos completamente ignorantes en las cosas espirituales y no acostumbrados a refinados sonidos.

Es lo que quedó registrado en la Historia: Gregorio I “compuso con gran trabajo y destreza musical los cantos que son entonados en nuestra Iglesia y por todas partes. Por este medio, influenciaba más efectivamente los corazones de los hombres, elevándolos y animándolos; y, en verdad, el sonido de sus dulces melodías condujo a la Iglesia no sólo a hombres espirituales, sino incluso a rudos e insensibles”.5

Un nuevo impulso a la unificación de la música sacra

Una tradición medieval relacionada con ese santo también muestra la multisecular creencia de que el canto gregoriano le fue divinamente inspirado y explica el motivo de que sea representado, muchas veces, con una paloma al oído y transcribiendo una música que está siéndole dictada.

“Fue mientras consideraba la fascinación ejercida por la música profana que Gregorio fue llevado a preguntarse si no podía, al igual que David, consagrar la música al servicio de Dios. Una noche tuvo una visión en la que la Iglesia se le aparecía en forma de musa, escribiendo sus melodías y reuniendo a sus hijos bajo su manto. Sobre este manto estaba escrito el arte de la música, con todas las formas de sus tonos, notas, neumas, y varios compases y sinfonías.

Rezó a Dios para que le diese el poder de recopilar todo lo que había visto. Cuando despertó, apareció una paloma y le dictó las composiciones musicales con las que enriquecería a la Iglesia”.6

San Gregorio utilizó este especial don artístico para proporcionar un complemento decisivo a la tarea de los que le antecedieron en la música litúrgica —concretamente San Ambrosio—, 7 dándole una armonía final y unificada al canto de la Iglesia en Roma, e impulsando su aplicación universal en toda la Europa Occidental, causa que sería llevada a cabo por grandes hombres después de él, en particular Carlomagno.

El tema de la música ha sido siempre importante para la Iglesia. Toda la Edad Media —así como el mundo antiguo antes que ella— estuvo marcada por un gran interés por la comprensión de la influencia de ese arte sobre el alma. El canto gregoriano, que alcanzó su auge alrededor del siglo XIII, representa el fruto de un largo proceso de avance y mejora.

“Canticum novum” en la Iglesia

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El poder transformador del gregoriano fue demostrado durante la conversión
de los anglos.“San Gregorio Magno en el mercado de esclavos de Roma” Catedral de Westminster, Londres

Desde los tiempos antiguos el pueblo alababa a la divinidad con cánticos. En verdad, observa el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, el alma humana “busca la música para manifestar sus más altos anhelos, sus más altos deseos, sus más altas expresiones”. 8 Santa Hildegarda de Bingen reconoce esta inclinación y afirma que, en estado de perfección original, Adán en el Paraíso, antes de la caída, cantaba en vez de hablar, y en su voz “estaba el sonido de todas las armonías y suavidades de todo el arte musical”.

Era natural que con el establecimiento del cristianismo un nuevo cántico viniera a caracterizar el culto litúrgico de la Iglesia. Los primeros patrocinadores de la salmodia y de la himnología cristianas no miraban sino al Hombre Dios como el inspirador de este canticum novum, porque después de la Última Cena “el mismo Señor, profesor en las palabras y maestro en los hechos, […] salió al Huerto de los Olivos con sus discípulos, después de cantar un himno”.10

Con la firma del Edicto de Milán, el emperador Constantino permitió que el culto público de los cristianos floreciese y los fieles encontraron en el canto una hermosa manera de expresar e infundir el amor a Dios, la contrición, las súplicas, facilitando que el alma alabase al Creador.

Contribuciones de tres mundos antiguos —la teoría musical griega, la lengua y reglas de la métrica literaria romanas y los libros sagrados de los judíos— se unieron para desarrollar un arte sacro enteramente nuevo, con el objetivo de auxiliar a los textos sagrados a inspirar a los corazones de los que los oían.

Un eslabón entre el mundo de los sentidos y el del espíritu

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Una tradición medieval narra haber sido el canto gregoriano divinamente inspirado.“Aparición de la paloma a San Gregorio” Catedral
de Sevilla, España

Durante los primeros siglos del cristianismo los Padres de la Iglesia vieron en la música, y sobre todo en el canto, un eslabón entre el mundo de los sentidos y el del espíritu que podría ayudar al hombre en el proceso de la transcendencia espiritual.

A este respecto, las palabras de San Juan Crisóstomo son significativas: “No hay nada que despierte tanto en el alma, dándole alas, dejándola libre de la Tierra, liberándola de la prisión del cuerpo, enseñándole a amar la sabiduría y rechazar todas las cosas de esta vida, como la melodía concordante y el cántico sacro”.11

No obstante, resultaba misterioso que la palabra cantada obtuviera mayor entrada en el alma que la palabra hablada. Observa San Agustín: “juzgo que aquellas palabras de la Sagrada Escritura más religiosa y fervorosamente excitan nuestras almas a piedad y devoción cantándose con aquella destreza y suavidad, que si se cantaran de otro modo”; y reflexionando más sobre este misterio no es capaz de explicarlo completamente: “todos los afectos de nuestra alma tienen respectivamente sus correspondencias con el tono de la voz y canto, con cuya oculta especie de familiaridad se excitan y despiertan”.12

La perspectiva medieval de la música también es demostrada por Boecio: “de tal manera la música forma parte de nuestra naturaleza que no podemos estar sin ella, aunque lo queramos”. 13 Para él, los oídos son como una vereda directa para el alma, que es altamente susceptible a las influencias de la música.14

Parte de la eficacia de la música en la conquista del acceso al alma fue atribuida a su innata cualidad de agradar. Eleva la expresividad de las palabras en el cántico, haciéndolas que el oyente las recuerde con más facilidad. San Niceto llamaba a la música sacra “medicina, suficientemente poderosa en la curación de las heridas del pecado, y suficientemente dulce al paladar, por su virtud. Por eso, cuando se canta un salmo es dulce al oído. Penetra en el alma porque es agradable. Se retiene fácilmente si se repite con frecuencia”. 15

También San Agustín da testimonio de haber sentido en sí mismo tales beneficios, al referirse a la música de la Iglesia como una de las influencias más poderosas para su conversión. Sus palabras subrayan una vez más cómo el alma es iluminada por lo que los oídos captan: “¡Cuánto lloré también oyendo los himnos y cánticos que para alabanza vuestra se cantaban en la iglesia, cuyo suave acento me conmovía fuertemente, y me excitaba a devoción y ternura! Aquellas voces se insinuaban por mis oídos, y llevaban hasta mi corazón vuestras verdades”.16

Antes de que los libros empezaran a difundirse, cuando la fe, literalmente, se transmitía a través del oído (cf. Rm 10, 17), los cánticos también eran importantes instrumentos didácticos de doctrina. San Atanasio, en Oriente, por ejemplo, y San Hilario de Poitiers, en Occidente, fortalecieron a las poblaciones contra los males del arrianismo escribiendo himnos que refutaban sus errores.

De esta forma, las verdades de la fe se asimilaban fácil y afectuosamente, alcanzando a un público mucho más grande que el de las palabras escritas, porque, como destaca la historiadora Régine Pernoud, “en aquella época, si no todo el mundo aprendía a leer, todo el mundo aprendía a cantar”.17

Defensor del valor pedagógico del arte sacro, San Gregorio Magno, para disuadir las actividades iconoclastas de uno de sus obispos, así escribía: “Lo que la Escritura es para los letrados, las imágenes son para los ignorantes; […] son para el pueblo su lectura”.18 Sin embargo, el esplendor de los vitrales y otras artes visuales tardarían en aparecer en los lugares donde apenas comenzaban a experimentar la civilización cristiana.

Entonces, discernió que las melodías del canto gregoriano estaban preparadas para fluir sobre las almas de sus oyentes con toda su grandeza, ejerciendo el mismo tipo de influencia educativa que las demás artes.

Los benedictinos y el oído del corazón

En la Iglesia primitiva el cántico siempre formaba parte del culto, en las ocasiones más diversas, donde quiera que los fieles se reuniesen (cf. 1 Co 14, 26). Sin embargo, como la era de los mártires dio paso a la era de los monjes, el arte sacro del canto litúrgico encontró el sitio perfecto para su cultivo: los monasterios. San Juan Casiano, el ermitaño de Egipto que introdujo el ideal del monaquismo en la Galia, con el establecimiento de la abadía de San Víctor, en Marsella, enseñaba: “Cantamos repetidamente los salmos para que se nos dé materia de constante compunción”.19

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“Escucha, hijo, e inclina el oído de tu corazón”. Así es la exhortación que figura al principio de la regla
benedictina.Detalle de “La Virgen entronizada con los santos y los ángeles”, por Agnolo Gaddi – National Gallery of Art, Nueva York
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San Bernardo enseña que es deber del canto “agradar el oído a fin de mover el corazón”.“San Bernardo”, por Arnaldo Bassa. Museo Nacional de Arte de Cataluña,
Barcelona (España)

El monacato proliferó inicialmente en Europa Occidental, pero imitaba muy de cerca al monaquismo del desierto, de Oriente. No obstante, encontró su propia nota distintiva en el siglo VI con la fundación de los benedictinos de Subiaco. Por ello, San Benito es aclamado como el padre del monacato occidental.

De él se puede decir que aplicó a las instituciones monásticas el don romano del Derecho y del orden. Ejerció idéntica influencia perfeccionadora sobre el canto sacro.

El mismo San Gregorio había sido monje antes de ocupar el solio pontificio y su afinidad con los benedictinos le proporcionó un conocimiento completo de los modos del canto litúrgico, que sirvieron de materia prima para el canto gregoriano. A su vez, los sabios benedictinos asumirían el liderazgo en su interpretación, preservación y restauración. Para los benedictinos era natural que, así como el trabajo se realizaba en común, su principal tarea, el “trabajo de Dios” —como llama San Benito al Oficio Divino—, se debería compartir también en comunidad, y ésa era la clave de su espiritualidad y de su vida cotidiana. En su regla, San Benito advierte: “tengamos siempre presente lo que dice el profeta: ‘Servid al Señor con temor’; y también: ‘Cantadle salmos sabiamente’, y: ‘En presencia de los ángeles te alabaré’.

Meditemos, pues, con qué actitud debemos estar en la presencia de la divinidad y de sus ángeles, y salmodiemos de tal manera, que nuestro pensamiento concuerde con lo que dice nuestra boca”.20

Es curioso el hecho de que el canto sacro haya florecido y adquirido su forma más perfecta en un ambiente donde, para favorecer la contemplación, los monjes “en todo tiempo han de cultivar el silencio”.21

El canto, que llenaba la mayor parte de las horas de vigilia, no rompía evidentemente el silencio interior de los monjes, sino que era consonante con él y, de hecho, fruto suyo. “ Ausculta, o fili […] et inclina aurem cordis tui ”22 — “Escucha, hijo, e inclina el oído de tu corazón” es la exhortación que figura al prinicipio de la regla benedictina. Silencio que abre el oído del corazón a la voz no pronunciada de la gracia y hace que el alma sea más perceptiva a los significados más profundos de las palabras.

El Prof. Plinio Corrêa de Oliveira comenta que los aspectos imponderables existentes en el sonido musical ayudan a revelar ese aspecto imponderable de la palabra y “pone de relieve un montón de cosas que el sentido literal de la palabra no dice”.23

La palabra de Dios en música

Al llegar el siglo XII, los monjes benedictinos, en su perfeccionamiento del canto sacro, tuvieron grandes discernimientos sobre la “oculta especie de familiaridad” entre palabra, música y alma, considerada por San Agustín como hemos visto. Santa Hildegarda de Bingen veía la palabra y la música como una representación mística de la unión de la naturaleza humana y divina, en la Encarnación: “la palabra designa el cuerpo, pero la música manifiesta el espíritu. Porque la armonía del Paraíso proclama la divinidad del Hijo de Dios, la palabra hace que se reconozca su humanidad”.24

San Bernardo muestra cómo los oídos corporales están relacionados con el oído del corazón, al enseñar que el canto ha de “agradar el oído a fin de mover el corazón”.25 El Doctor Melifluo —autor igualmente de un gran número de himnos de estilo gregoriano— afirma que los cánticos tienen que ser, por encima de todo, resplandecientes con la verdad, de manera que la melodía “no debe oscurecer el significado de las palabras, sino más bien hacerlas fructíferas”.26

En el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino combinaría sus dotes musicales —que desarrolló en su juventud durante la formación recibida de los benedictinos de Monte Casino— con su extraordinaria capacidad dominicana de enseñar, para componer la melodía y las palabras de uno de los más valiosos himnos eucarísticos de la Iglesia. Para él “un himno es la alabanza a Dios con cántico; un cántico es una exultación de la mente habitando en las cosas eternas, que irrumpe en la voz”.27 Su obra maestra, Lauda Sion Salvatorem, encierra melódicamente toda la doctrina de la Iglesia relativa a la Eucaristía.

El canto gregoriano, que se compone únicamente de palabras con una sola línea melódica, “aproxima el ‘oído del corazón’ muy cerca de la palabra divina con la finalidad de escucharla directamente”.28

Pío XII así elogia esa cualidad: “Por la íntima conexión entre las palabras del texto sagrado y sus correspondientes melodías, este canto sagrado no tan sólo se ajusta perfectísimamente a aquellas, sino que interpreta también su fuerza y eficacia a la par que destila dulce suavidad en el espíritu de los oyentes, lográndolo por ‘medios musicales’ ciertamente llanos y sencillos, mas de inspiración artística tan santa y tan sublime que en todos excita sincera admiración”.29

El componente musical del canto gregoriano posee ricos instrumentos de expresión al objeto de poner en realce el texto, casi haciéndose uno con las palabras, como demuestra el P. Dominic Johner: “La música gregoriana, sin embargo, no es simplemente una música de adorno; no describe el texto como una guirnalda que se entrelaza en una columna, sin conexión íntima con ella. El canto también puede hacer que el texto sea interpretativo, expresivo y explicativo.

A menudo trae sus gradaciones hasta el punto exacto en el que una interpretación declamatoria del texto crece en calor y enfatiza aquella palabra que marca su clímax. […]

Se hará evidente que el canto una de modo perfecto el texto y la melodía, y que existe una relación, una unión de espíritu, entre ellos”.30

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Una frase melódica compuesta principalmente de segundas y terceras proporciona un ambiente de moderación y serenidad.Facsímil del Codex de Kiedrich (cerca de 1300)
Iglesia parroquial de San Valentín, Kiedrich (Alemania)

Una de las formas en las que el canto gregoriano revela el significado textual es en el uso del orden de las notas, ascensiones, descensos e intervalos, los cuales desempe ñan —cada uno de ellos— su papel en la interpretación del tema cantado.

El P. Johner también aclara que los intervalos mayores y ascendentes denotan una mayor participación de la sensibilidad que los intervalos menores y descendentes. Por lo tanto, una frase melódica compuesta principalmente de segundas y terceras —patrón predominante en la mayoría de los cantos— proporciona un ambiente de moderación y serenidad, con una gran capacidad para la expresión de reverencia y tierna confianza. Al contrario, un intervalo de cuarta crea un impacto más fuerte; ascendiendo es portentoso, festivo. A un intervalo de quinta le está reservada la expresión de las más profundas experiencias del espíritu, sea tristeza, serena felicidad o fe profunda y admiración.31

En momentos fugaces, la línea melódica del canto parece que interrumpe la dimensión verbal y levanta vuelo en pleno jubilus, una expresión musical de una alegría más allá de las palabras, que típicamente ornamenta una palabra como Alleluia .

Esta forma de vocalización libre es, en la pluma de San Agustín, “la voz del corazón que irrumpe en alegría, y que busca expresar igualmente sentimientos cuyo significado quizá no comprenda. […] ¿Cuándo estamos jubilosos? Cuando glorificamos algo que no puede ser expresado”.32

Expresión de lo sobrenatural: tónico de las almas

Para San Gregorio Magno el canto sacro puede de hecho preparar el corazón a la acción de Dios: “A través de la voz de la salmodia, cuando se entona con la fuerza del corazón, está preparado el camino para que el Señor omnipotente actúe, de manera que pueda derramar en la mente atenta los misterios de la profecía o la gracia de la compunción. […]

Cuando le cantamos a Él, abrimos un sendero para que pueda venir a nuestra alma e inflamarnos, por la gracia de su amor”.33 El primer monje Papa también comprendió que determinados sonidos musicales pueden favorecer ese encuentro, en una naturaleza humana tan inclinada a apegarse a los aspectos temporales y materiales de la existencia.

 

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“A través de la voz de la salmodia, cuando se entona con la fuerza del corazón, está preparado el camino para el Señor omnipotente”.Canto del Oficio Divino en la iglesia del seminario de los Heraldos, en Caieiras (Brasil)

Por ejemplo, una pieza musical convencional termina en la nota tónica, dándole un sentido de conclusión. La melodía del canto gregoriano, por el contrario, no hace a menudo esta resolución final en la última nota, al evocar un sentido de lo infinito, de eternidad. Además, por la extrema belleza de su movimiento, el canto gregoriano es interpretado de la manera más espiritual posible, aunque permanezca dentro del dominio de los sentidos, pues, como comenta el P. Mocquereau, “toma prestado lo mínimo posible del mundo material. Se mueve, pero invisiblemente; avanza, pero imponderablemente”. 34

Estas sugerencias de inmaterialidad y eternidad resuenan en el canto gregoriano y, cuando son asimiladas a lo largo del tiempo por el alma, pueden ayudar en la formación de un estado de espíritu correspondiente y sano.

Para el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, oír el canto gregoriano “recuerda el aspecto penitencial, advierte contra el vacío de las cosas terrenas, contra lo mentiroso de los impulsos excesivos del propio hombre. Así es el gregoriano. De las alegrías exultantes del Te Deum a los recogimientos solemnes del Tantum ergo , es la música la que tiene esa cualidad incomparable de expresar la actitud perfecta, el exacto grado de luz del alma recta y verdaderamente inocente cuando se pone ante Dios”.35

Tras haber hecho pasear al lector por los panoramas del canto gregoriano, que pone el alma en la dimensión de lo sagrado, tan distinto del mundo en que vivimos, al concluir queremos darle este consejo: “Procure tener su temperamento en el estado de alma del canto gregoriano, y habrá encontrado un camino seguro para su santificación”.36

 

1 JUAN PABLO II. Carta a los artistas , 04/04/1999, núm. 7.

2 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Cântico da alma inocente. En: Dr. Plinio . São Paulo. Año V. Núm. 57 (Dic., 2002); p. 34.

3 SAN BEDA. Historiam Ecclesiasticam Gentis Anglorum. L. II, c. 1. En: Opera Historica. London: Oxford University, 1896, p. 80.

4 CONDE DE MONTALEMBERT. Les moines d’Occident depuis saint Benoît jusq’à saint Bernard. París: J. Lecoffre, 1866, v. III, p. 363.

5 LEÓN IV. Letter to the Abbot Honoratus . Collectio Britannica, apud BÄUMER, OSB, Suitbert. Histoire du Bréviare. París: Letouzey et ané, 1905, t. I, p. 345, nota.

6 DONAHOE, Daniel Joseph. Early Christian Hymns : Translations of the Verses of the most notable Latin writers of the Early and Middle Ages. New York: Grafton, 1908, p. 88.

7 Se le atribuye a San Ambrosio la primera sistematización de la música de la Iglesia, la composición de numerosos himnos y el origen de los cuatro primeros modos, conocidos como los “auténticos” modos. La tradición igualmente ha atribuido a San Gregorio la adición de otros cuatro modos, conocidos como los modos “plagales”, y en estos ocho modos o escalas fue compuesta toda la música gregoriana de la Iglesia (Cf. TERRY, Richard R. Catholic Church Music).

8 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. A música e a palavra como meios complementares para a expressão da alma : Conferencia. São Paulo, 13/6/1982.

9 SANTA HILDEGARDA DE BINGEN. Epistolarum Liber. Ep. XLVII: ML 197, 220.

10 SAN NICETO DE REMESIANA. Opusculum de psalmodiae bono . Op. II, c. 3: ML 68, 373.

11 SAN JUAN CRISÓSTOMO. Expositio in Psalmos . In Psalmum XLI, n. 1: MG 55, 156.

12 SAN AGUSTÍN. Confessionum. L. X, c. 33, n. 49: ML 32, 799-800.

13 BOECIO. De Musica . L. I, c. 1: ML 63, 1171.

14 Cf. Ídem, 1169.

15 SAN NICETO DE REMESIANA, op. cit., c. 1, 372.

16 SAN AGUSTÍN, op. cit., L. IX, c. 6, n. 14, 769.

17 PERNOUD, Régine. Pour en finir avec le Moyen Age . París: De Seuil, 1977, p. 54.

18 SAN GREGORIO I. Registri Epistolarum . L. XI, Epist. XIII: ML 77, 1128.

19 SAN JUAN CASIANO. Collationum . Coll. I, c. 17: ML 49, 507.

20 SAN BENITO. Regula. C. XIX: ML 66, 475- 476.

21 Ídem, c. XLII, 669.

22 Ídem, Prol., 215.

23 CORRÊA DE OLIVEIRA, A música e a palabra como meios complementares para a expressão da alma , op. cit.

24 SANTA HILDEGARDA DE BINGEN. Scivias sive Visionum ac Revationum . L. III, v. 13: ML 197, 735-736.

25 SAN BERNARDO DE CLARAVAL. Epistolæ . Ep. CCCXCVIII, n. 2: ML 182, 610.

26 Ídem, 611.

27 SANTO TOMÁS DE AQUINO. In Psalmos Davidisexposito . Proemium.

28 HERBERT, Rembert. Entrances: Gregorian chant in Daily Life . New York: Church, 1999, p. 11.

29 PÍO XII. Musicæ sacræ , 25/12/1955, núm. 3.

30 JOHNER, OSB, Dominic. The Chants of the Vatican Gradual . Collegeville (MS): St. John’s Abbey, 1940, p. 10.

31 Cf. JOHNER, OSB, Dominic. A New School of Gregorian Chant . New York, Cincinnati: F. Pustet, 1925, pp. 252; 256; 294.

32 SAN AGUSTÍN. Enarrationes in Psalmos. In Psalmo XCIX, núm. 4-5: ML 36, 1272.

33 SAN GREGORIO I. Homiliæ in Hiezechihelem Prophetam . L. I, hom. 1, núm. 15: ML 76, 793.

34 MOCQUEREAU, OSB, André. Le Nombre Musical Grégorien . Tournai: Desclée, 1932, v. I, p. 112.

35 CORRÊA DE OLIVEIRA, Cântico da alma inocente , op. cit., pp. 34-35.

36 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Díptico. En: Liber Cantualis : Hymni et cantica sacra. São Paulo: Artpress, 1989, s. p.

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