Quien estas líneas escribe aún no conoce presencialmente a Chambord. Decimos “aún”, pues es ello una gracia que le pedimos a la Virgen Bendita antes de morir, como preparación para la gloria eterna que tanto imploramos. Tenemos la certeza de que nuestro espíritu se extasiará y elevará, en la contemplación de aquel que es tal vez el castillo arquetípico del orbe entero.

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Foto: Baloulumix

En Chambord todo nos encanta, particularmente el conjunto.

Si el agudo y perspicaz Saint-Simon -que no simpatizaba mucho con el Rey Sol- decía que el Gran Versalles era un magnífico palacio cuyo techo había prendido fuego, de Chambord podemos decir que él por el contrario es solo puntas, solo “techo”, que él tiene su aspecto pinacular en las torres de su tejados.

Solo un romántico meloso como Chateaubriand, para decir que el magnífico castillo se le asemejaba a una mujer con cabellos insuflados. No. Sus estilizadas agujas del cuerpo central y todo su conjunto es más bien un variado y sorprendente fuego de artificio que se eleva elegante, brillante, cadencioso y sutil al cielo, no para ‘herirlo’ con sus punzadas, sino para subir integrándose en su armonía celeste de una forma pausada, serena. Es un fuego de artificio lento, pero variado y magnífico el de sus torres.

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Foto: Sybarite46

Chambord tiene también grandeza: su abundancia de pináculos, torrecillas, torreones y chimeneas, que constituyen su particular encanto, es sostenido por un cuerpo que alberga 440 estancias, 60 escalinatas, 365 chimeneas y que es circundado por miles de hectáreas verdes. El solo cuerpo central del castillo, requirió de la labor paciente y dedicada de alrededor de 180 obreros, por un espacio de 15 años. 15 años muy bien empleados, para consuelo de todos aquellos que creemos aún que el hombre no solo es “lobo para el hombre”, sino que también puede ser productor de maravillas.

Dicen algunos que Chambord es típica expresión del renacimiento, e incluso otros atribuyen -sin pruebas- a Da Vinci, la autoría de proyecto. No concordamos con esa opinión. Quien mira sus grandes torreones, particularmente los de los extremos, no puede dejar de percibir la fortaleza cándida e inocente pero también recia de la Edad Media. Chambord más parece una continuación del sueño de la Edad Media hecho realidad. Sus muchas puntas también recuerdan también a uno de los castillos prototípicamente medievales, como es el castillo de Saumur, según está representado en la Muy Ricas Horas del Conde de Berry.

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Castillo de Saumur

Chambord además es humilde. Él es grande, majestuoso, pero no aplasta, no intimida sino que atrae hacia sí. Él deja además que otros aumenten, agreguen algo a su belleza, como un atardecer matizado que le sirva de marco, o el astro rey que bañe sus muros con todas las tonalidades de su brillo particular de cada hora. Pocas cosas más lindas que Chambord bañado por el sol de un atardecer primaveril.

¿Por qué es lindo Chambord? Porque el respeta y hace más explícitas todas las leyes de la estética del Orden del Universo: El majestuoso castillo de Francisco I al mismo tiempo que es variado conserva su unidad. Él tiene continuidades, pero también abiertos contrastes, como la delgadez y estilización de algunas de sus torres que diverge decididamente con el grosor fuerte de sus torreones base. Al mismo tiempo que la selva de torres de su columna central es sorpresiva y asimétrica, las amplias alas añadidas al cuerpo central, iguales a cada lado, reponen la simetría del conjunto. Chambord además es jerárquico. Lo delgado y fino está en las alturas, sostenido por lo robusto de las bases. Él es pues a la vez robusto y frágil; grande y con aspectos de la delicadeza de lo pequeño, todo ello reunido en una armoniosa unidad.

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Foto: Adam79

Así como Chambord, es el universo creado por Dios: Uno, pero diverso; continuo y por veces contrastante; simétrico en su conjunto y por veces asimétrico; continuo pero jerárquico y anti-igualitario. Y si así es Chambord, a reflejo del Universo, y si Dios quiso que el Universo lo reflejase perfectamente a Él, según expresa Santo Tomás, pues conociendo Chambord, podemos a través de él conocer un poco -o mucho- a Dios.

Por Saúl Castiblanco