Alejandro Javier de Saint Amant

Redacción (Lunes, 18-03-2013, Gaudium Press) Había en remotas eras, entre los pastores nómadas del Oriente Próximo, la práctica de un rito sacrificial relacionado con una creencia común a los pueblos asiáticos: la “resurrección” de Baal por ocasión de la primavera.

En esa época del año, antes de partir en busca de pastos para el ganado, ellos inmolaban un tierno cordero con el objetivo de garantizar la fecundidad de todo el rebaño y, por consiguiente, la prosperidad del pueblo. Y derramaban la sangre de la víctima en las tinieblas de la tienda, para alejar de ella los malos espíritus.1

 

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“Cordero de Dios” – Parroquia de San Pancracio, Odenthal (Alemania)

La pascua judaica: memorial de una predilección

Encontramos en el capítulo 12 del Éxodo una serie de instrucciones dadas por Dios a Moisés, en las cuales se notan trazos en común con las costumbres arriba mencionadas, pero con sustancia y significado totalmente diferentes. No se trata de un acto supersticioso destinado a aplacar la cólera de un espíritu vengativo, sino de un rito que simboliza la predilección del Dios verdadero para con su pueblo y el inicio de una nueva alianza.

Celebrada por primera vez antes de la salida de Egipto, la pascua judía ocurre también en la primavera boreal, en el 14º día del mes de Abib, posteriormente llamado Nissan, el cual corresponde a nuestro actual marzo-abril. Ella debe ser celebrada en familia, sacrificando al atardecer un cordero o un cabrito macho, de un año, sin defecto, que haya sido separado cuatro días antes. Su carne, asada en el fuego, será comida con panes ázimos e hierbas amargas. Con la sangre de la víctima se untarán los dos batientes y el travesaño de la puerta de entrada de las casas.

En el relato del Éxodo aparece por primera vez en la Sagrada Escritura el término: “Es la Pascua del Señor” (Ex 12, 11). Aunque sea muy discutida la etimología de esta palabra, la mayoría de los exégetas la relaciona con la raíz hebraica psh, que significa “saltar”.2 Debe, por tanto, ser interpretada en un sentido salvífico: el Señor “saltó” las casas habitadas por los israelíes, librándolos del exterminio de los primogénitos.

Interpretación alegórica en el judaísmo helenístico

El vocablo hebreo fue transliterado por los Setenta para el griego, utilizando el término π?σχα (pásja), de donde derivan la palabra latina pascha y sus equivalentes en otros idiomas: Pascua, Páscoa, Pâques, etc.

Entretanto, en los primeros años de nuestra era, el filósofo judío Filón de Alejandría, en sus comentarios al Éxodo, prefería usar los términos δι?βασις (diábasis): “pasaje” y διαβατ?ρια (diabatéria): “travesía”, en lugar de π?σχα, para traducir el concepto hebreo. Al mismo tiempo, sin embargo, por una semejanza meramente fonética, relacionaba esa palabra con el término griego π?σχειν (pásjein), cuyo significado es “padecer”.

Así, entre los alejandrinos de origen judaico, siguiendo una interpretación alegórica, la Pascua comenzó a ser considerada como el pasaje del estado de sufrimiento para el de perfección; se abandonan las pasiones y se adquiere la sabiduría. La exégesis de Filón muestra cuál es su intención al hacer una interpretación alegórica de la Pascua: para comportarse sabiamente, es necesario celebrarla en un sentido espiritual, con una actitud moral y mística, dejando de lado el mal y adquiriendo un estilo de vida mejor.3

Aunque ese modo de interpretación resulte espurio delante de la identificación de la verdadera Pascua con la Pasión y Muerte de Jesús, esa dimensión espiritual suscitada por el judaísmo helénico acabó por ser incorporada de algún modo en el concepto cristiano.

La antigua pascua, prefigura de la verdadera

Como no podía dejar de ser, hay en los Evangelios varias referencias a la celebración de la Pascua, sobre todo en los relatos de la Pasión de Cristo (Mt 26; Mc 14; Lc 22; Jo 13).

Es interesante notar, entretanto, que San Juan no hace mención explícita a la Cena Pascual, probablemente para realzar el hecho de ser la muerte del Señor la auténtica Pascua y Cristo el verdadero Cordero.4 Tal vez con idéntica intención, él registra un testimonio del Precursor que no consta en los sinópticos: “He aquí el Cordero de Dios” (Jn 1, 29).

Es en ese mismo sentido que el Cristianismo de los primeros tiempos interpretará la muerte de Jesús. La Nueva Alianza en la sangre del Cordero de Dios, cuya eficacia alcanza su plenitud con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, se configura como realización perfecta de aquello que los antiguos Padres denominaban “figura de la Pascua del Señor”.

Esto se refleja, con notable belleza, en la conocida homilía de Melitón de Sardes, como se ve por uno de sus trechos más significativos: “Ahora, pues, queridísimos, comprended cuán nuevo y cuán antiguo, cuán eterno y temporal, cuán perecedero e imperecedero es el misterio de la Pascua. Antiguo según la Ley, pero nuevo según el Logos; temporal como prefiguración, pero eterno como gracia; perecedero por la inmolación del cordero, pero imperecedero por la vida del Señor; mortal por la sepultura en tierra, pero inmortal por la resurrección de entre los muertos. Con efecto, antigua es la Ley, pero nuevo el Logos; temporal es la figura, pero eterna la gracia; perecedero es el cordero, pero imperecedero es el Señor que fue inmolado como cordero y resucitó como Dios”.5

 

 

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Antigua es la Ley, pero nuevo el Logos; temporal es la figura, pero eterna la gracia. “Pascua de los judíos” – Catedral de Estrasburgo, Alsácia (Francia)

Apertura para un mundo nuevo y transcendental

Meditando estas palabras pronunciadas en la segunda mitad del siglo II, los cristianos de hoy se sienten transportados para aquella época, pero sin dejar de mirar hacia el futuro. Porque, en aquel tiempo como hoy, la Pascua de Jesús abre delante de nosotros un mundo nuevo y trascendental.

“¿Qué es el adviento de Cristo? La liberación de la esclavitud y el rechazo de la antigua sujeción, el comienzo de la libertad y la honra de la adopción, la fuente de la remisión de los pecados y la vida verdaderamente inmortal para todos”.6

Con su antiguo rito, los judíos recordaban la salida de Egipto rumbo a la Tierra Prometida, el pasaje de la esclavitud para la libertad. Según la interpretación alegórica en el judaísmo helenístico, la Pascua simbolizaba una enmienda de vida. Para los cristianos, celebrar la Pascua significa conmemorar el ofrecimiento del Señor para liberarnos de la sujeción del pecado y darnos la oportunidad de la vida eterna. Pues en Cristo la Pascua deja de ser un mero rito y abre nuestro horizonte para la vida, que ahora se torna plena en la donación del Señor.

1 Cf. GARCÍA LÓPEZ, Félix. El Pentateuco. In: Introducción al estudio de la Biblia. Estella: Verbo Divino, 2003, v.III, p.165; FABRIS, Rinaldo, apud Nuevo Diccionario de Teología Bíblica. Madrid: Paulinas, 1990, p.1411.

2 Cf. ALONSO SCHÖKEL, Luis. Diccionario Bíblico hebreo-español. Madrid: Trotta, 1994, p.617; FABRIS, op. cit., ibidem; VAUX, Roland de. Instituciones del Antiguo Testamento. Barcelona: Herder, 1976, p.615.

3 Cf. RAMÍREZ ZULUAGA, Alberto. “… Él es la pascua de nuestra salvación”. Medellín: Universidad Pontificia Bolivariana, 2005, p.99-100.

4 Cf. JOSEP-ORIOL, Tuñí. Escritos joánicos y cartas católicas. In: Introducción al estudio de la Biblia. Estella: Verbo Divino, 1995, v.VIII, p.74.

5 SARDES, Melitão de, apud RAMÍREZ ZULUAGA, op. cit., p.106.

6 PSEUDO-HIPÓLITO. In Sanctam Pascha. Apud RAMÍREZ ZULUAGA, op. cit., p.163.

(Revista Arautos do Evangelho, Abril/2012, n. 124, p. 18 – 19)