Un robo sacrílego en los orígenes de un estupendo milagro

Un robo sacrílego en los orígenes de un estupendo milagro

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Era un 14 de agosto de 1730, víspera de la fiesta de la Asunción de la Vir­gen, entre las 5 y las 6 de la tarde. El ardiente sol del verano abrasaba todavía los cam­pos recién segados. En la ciudad, las ca­sas, calles e iglesias estaban desiertas; to­dos los fieles se encontraban en la cate­dral, cantando alabanzas a la Virgen al son del órgano.

Casi todos… Aprovechando las cir­cunstancias favorables, algunos ladro­nes asaltaron la Basílica de san Fran­cisco, la iglesia más apartada del cen­tro de la ciudad, forzaron la puerta del tabernáculo y se llevaron el cáliz de plata lleno con hostias consagradas.

Cuando, al día siguiente, el sacer­dote llegó al altar para celebrar misa, se percató de que el sagrario estaba abierto y el cáliz con todas las hostias había desaparecido. ¡Era un robo, sin la menor duda!

La noticia se esparció como un re­guero de pólvora. El triste acontecimien­to parecía una afrenta a la fiesta de la Asunción y comprometía la carrera del Palio, a realizarse durante el mismo día.

Descubiertas por una casualidad providencial

Tres días más tarde, el clérigo Pa­blo Schiavi, de la iglesia de Santa Ma­ría en la vecina ciudad de Provenza­no, asistía a misa de rodillas frente a una caja para limosnas. Al inclinar la cabeza en el momento de la consagra­ción, vio o intuyó algo blanco a través de la hendidura por donde caen las monedas, y no dudó en relacionarlo inmediatamente con el robo de hos­tias en Siena.

Enterado del hallazgo, el Pbro. Gi­rolano Bozzegoli cubrió la caja con un tejido rojo y encendió dos velas, una a cada lado. En poco tiempo la iglesia se repletó de fieles. Además del arzobis­po y otras autoridades, estaban pre­sentes las personas que habían confec­cionado las hostias y el sacristán de la Basílica de san Francisco, donde se ha­bía producido el robo sacrílego.

Se formó de inmediato una comi­sión para abrir la caja y verificar su contenido. En ella se encontraron las hostias robadas “entre monedas, polvo y muchísimas telarañas” , como relata el cronista.

Durante dos horas las hostias fue­ron cotejadas con otras venidas de la Basílica de san Francisco, para esta­blecer finalmente, sin sombra de duda, que todas habían sido elaboradas con el mismo molde.

Por último fueron contadas, y el nú­mero correspondía a lo que había de­clarado el sacristán de la Basílica: 351.

Ante esos datos, la comisión con­cluyó que eran ésas las hostias robadas en Siena.

Nunca antes se vio fiesta más grande

Mientras se preparaba una gran pro­cesión triunfal para llevarlas de vuelta a la Basílica de san Francisco, fueron colocadas en el altar mayor de la iglesia de Provenzano, donde los fieles rivali­zaban en actos de fervor y reparación.

A la mañana del 18 de agosto se cantó solemnemente la misa. Duran­te el Gloria y en la Elevación, las tro­pas dispararon salvas de mortero “con gran estrépito de trompetas y tambores” .

Por la tarde, a la misma hora en que ocurrió el robo, el arzobispo ingresó a la iglesia revestido con los paramentos de la fiesta de Corpus Christi, seguido por el clero y numerosos fieles. El Pre­lado se arrodilló frente al altar mayor y rompió en llanto frente a las hostias encontradas.

En seguida se formó la procesión: los Franciscanos Menores Conven­tuales, los Capuchinos, los Observan­tes, las demás congregaciones del cle­ro regular, el clero secular, los sacer­dotes de la catedral, los párrocos de la ciudad y al final, el palio. Los alabar­deros “no lograban contener el fervor de los fieles” . La procesión desfilaba por un bosque de estandartes y banderas.

Bajo el palio, el arzobispo portaba las sagradas hostias seguido por los más destacados representantes del clero, ca­balleros, hidalgos, miembros del Sena­do, artistas y artesanos. Las campanas replicaron en todas las iglesias; la ciu­dad se llenó de un sonido melodioso y festivo, al cual se sumaron los disparos de morteros, arcabuces y mosquetes, además del clamor de las trompetas.

En la Plaza de san Francisco, la proce­sión se dividió en dos filas para abrir paso al palio. A continuación “toda la Basílica se llenó de velas encendidas, de tal manera que parecía estar en llamas, y la multitud era semejante a una zarza ardiente” .

Las hostias sagradas permanecieron expuestas durante muchos días. De to­dos los alrededores acudían los fieles para adorarlas. Nunca antes se había visto una fiesta tan grande en Siena, a no ser cuando regresó milagrosamente la cabeza de santa Catalina en 1384.

“Un fenómeno que contradice las leyes de la conservación de la materia orgánica”

Los primeros meses nadie habló de milagro, evidentemente. Hasta entonces, el hostias.jpgacontecimiento se resumía de la siguiente forma: un robo había causa­do gran consternación; luego de tres días, las hostias fueron halladas en la iglesia de una ciudad vecina, como por mera casualidad; su hallazgo dio mo­tivo para grandes manifestaciones de amor a la Sagrada Eucaristía. En eso no hay nada milagroso.

Pero, transcurrieron los años y las décadas, y esas hostias hechas con agua y harina no se deshacían, ni si­quiera daban el menor indicio de de­terioro.

¡Milagro!– clamaban, exultantes, los hombres de fe. Quedaba, sin embargo, la duda de los escépticos, a la que se debía dar una respuesta irrefutable.

Así, en abril de 1780 se realizó el primer reconocimiento de los peritos. Siguieron otros once, el último en ju­nio de 1952. El más importante de ellos fue el gran estudio físico-micros­cópico efectuado en junio de 1914.

La comisión estaba presidida, en su sección eclesiástica, por el entonces ar­zobispo de Siena, Mons. Próspero Scac­cia; y en su sección científica, por el Dr. Siro Grimaldi, profesor de Quimica Bromatológica en la Universidad de Siena.

Dicha investigación comprobó que las hostias santas se hallaban en per­fecto estado de consistencia, relucien­tes, blancas, fragantes e intactas. To­dos los miembros de la comisión mani­festaron su acuerdo con la declaración del Prof. Grimaldi, según el cual “las sagradas hostias de Siena son un clásico ejemplo de la perfecta conservación de hostias de pan ácimo, consagradas en Siena el año 1730, y constituyen un fe­nómeno singular, de patente actualidad, que contradice las leyes naturales de la conservación de la materia orgánica. Es un hecho único, consagrado en los ana­les de la ciencia” .

Las sagradas hostias se encuentran hasta hoy en la Basílica de san Francis­co, en Siena, bajo la custodia de Fray Paulo Primavera, al que debemos todos los elementos para la historia que cuen­tan estas páginas. Actualmente sólo son 223; unas fueron dadas a comulgar por petición de los devotos, y algunas otras se perdieron a causa de las fragmenta­ciones y pruebas llevadas a cabo en los diversos reconocimientos científicos.

 

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