“Errare humanum est”, dice la antigua y conocida máxima. Y, de hecho, ¿quién de nosotros podría decir: “nunca me equivocaré”? Pero si errar es propio del ser humano, también lo es enmendarse, pues quién, en su sano juicio, no hace lo posible por ponerse en pie enseguida tras una caída. A respecto de este tema, un detalle encontrado en el arte de los copistas medievales -la mayoría monjes- nos lleva a meditar sobre la belleza del arrepentimiento, tan característico del verdadero hijo de Dios.

No era nada fácil en aquellos tiempos desempeñar el laborioso oficio de transcribir a mano libros enteros valiéndose de medios tan precarios comparados con las facilidades contemporáneas.

El arte escondido en los grabados medievales
Varios tipos de capitulares historiadas: Libro de Horas (s. XVI), Biblia de mediados del siglo XII, “Las muy ricas horas del duque de Berry” (principios del s. XV) y Breviario de mediados del siglo XV. Al fondo, unas páginas del Gradual de  Fontevrault del siglo XIII (Biblioteca de Limoges).

En las grandes salas de los monasterios destinadas para tal fin, llamadas scriptorium, era corriente encontrarse con copistas que se equivocaban al escribir una letra: bastaba, por ejemplo, que la pluma llevase más tinta de lo normal para que apareciera un borrón. Una de las soluciones para tan frecuente problema era cubrir la parte manchada con un dibujo o un arreglo artístico que, además de corregir la grafía de la letra, la dejaba más bonita y adornada que antes, si no hubiera existido el error.

Hay quien afirma que ése es el origen de las letras iniciales de los textos que, con el paso del tiempo, florecieron en las magníficas capitulares historiadas, los espléndidos grabados y las cuidadas decoraciones marginales características de los Libros de Horas.

Sirviéndonos de la expresión del padre Joseph Tissot, aquel habría sido un verdadero “arte de aprovechar nuestras faltas”.1

Los deslices de los copistas se transformaban en obras de arte que realzaban el sentido del texto e invitaban a la meditación.

Algo análogo pasó en la Historia. Se podría decir que el gran libro de la trayectoria humana fue escrito en zigzag: Dios traza un camino y el hombre yerra; el hombre se arrepiente y el divino Artista repara el error humano, dibujando por encima trazos mucho más maravillosos que los anteriores.

Analizando este proceso desde una perspectiva más alta, se puede afirmar que hubo un gran borrón en el plan “A” de la Creación, sobre el cual se posó la mano divina y lo transformó…, pero no en un plan “B”, secundario, sino en un sublime plan “A+A”.

“El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). Al hacerse uno de nosotros y entregar su vida por las faltas de los hombres, nos redimió del pecado y nos abrió las puertas del Cielo. He aquí el magnífico grabado que ningún copista ha podido excogitar.

Autor : Hno. Sebastián Correa Velásquez, EP

1 Así se titula el conocido libro escrito por el P. Joseph Tissot, MSFS, que se ha convertido en un clásico de vida espiritual para diversos movimientos, entre ellos el de los Heraldos del Evangelio.

 

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