Durante el mes de diciembre las familias católicas suelen montar en algún lugar noble de su casa el portal de Belén. Aunque cada uno tiene su peculiaridad y belleza propias, todos están compuestos por piezas esenciales que recuerdan el excelso acontecimiento ocurrido en aquella gruta.

El Niño Jesús se encuentra en el centro flanqueado por la Santísima Virgen y San José, y alrededor dos grupos de personajes muy característicos y de un importante valor simbólico: los pastores y los Reyes Magos. A cada uno de ellos el Niño Dios se manifestó de una manera diferente, aunque con el mismo mensaje. ¿Cuál de esas manifestaciones habrá sido la más perfecta?

La Natividad - Iglesia de Santa María, Waltham (EE. UU.)
Dios está siempre a la espera de comunicarse con nosotros,
pero para oírlo es necesario que nuestras almas permanezcan en silencio,
lejos de la agitación y de las preocupaciones del mundo moderno.

Señales familiares a sus destinatarios

Una persona con gran espíritu religioso opinaría que fue la de los pastores, pues el simple hecho de imaginar el cielo repleto de ángeles cantando una música celestial bastaba para dejar deslumbrada a cualquier alma capaz de entender lo que significa oír miles de voces angélicas rompiendo con sus cánticos el silencio nocturno del campo, en una época en la que no existían fábricas ni motores o cualquier otro ruido a no ser el de los animales noctívagos.

Sin embargo, alguien más habituado a la consideración de los fenómenos astronómicos le daría mayor importancia a la peculiar estrella que guió a los Reyes Magos. Según Santo Tomás,1 Dios no la puso en el espacio sideral, sino en la atmósfera terrestre, donde se movía de acuerdo con los designios divinos. Tan extraordinario astro despertaría hoy día, sin ninguna duda, la atención de los astrónomos.

Pero en aquella época, al no existir la luz eléctrica, los parsimoniosos movimientos del cielo estrellado eran uno de los más grandiosos espectáculos que una persona corriente podía contemplar, sin tener que alejarse de la ciudad como sucede en nuestros días. Ahora bien, conforme explica el Doctor Angélico,2 la manifestación realizada mediante señales debe utilizar las que son familiares a sus destinatarios.

Por tanto, como los pastores, al ser judíos, estaban acostumbrados a las revelaciones angélicas, Dios quiso manifestarse a ellos por medio de los ángeles. En cambio, a los Reyes Magos, expertos en astronomía, lo hizo a través de una estrella.

El impulso de una voz interior

¿Cuál de las dos manifestaciones sería la más perfecta: la de los ángeles o la de la estrella? Compliquemos algo más la cuestión: ¿sólo existieron dos tipos de manifestaciones del Niño Dios?

Comenta Santo Tomás3 que hay una tercera, más perfecta que las mencionadas. Podemos imaginar que para que fuera superior a la aparición angélica y a la de la estrella, tuvo que ser una escena arrebatadora; no obstante, en el pesebre no encontramos a ese tercer grupo que atienda a esta expectativa.

¿Cuál será? El Aquinate continúa explicando que a los justos les resulta familiar el ser instruidos por el impulso interior del Espíritu Santo, a saber, por el espíritu de profecía, sin la intervención de signos sensibles. Hubo dos personajes, dos justos, dos profetas que, aunque no se hallan representados en el pesebre, también recibieron la manifestación divina, no de modo material y visible, sino de forma más perfecta, la voz de la gracia en su alma: Simeón y Ana, un anciano sacerdote y una anciana profetisa.

Ambos creyeron ardientemente en la voz interior que les decía que verían al Salvador. Dos justos que, sin señales exteriores en las que es más fácil creer, adhirieron con la virtud de la confianza a esa moción que la gracia puso en sus almas. Esta manifestación requiere una fe robusta que espera sin ver, cree sin dudar y confía contra toda dificultad que la promesa se realizará. Se podría afirmar que fueron más felices que los pastores y los Reyes Magos, porque al tener en sus brazos al Verbo Encarnado, a Dios hecho niño, lo vieron con mayor profundidad, mayor mérito y mayor alegría.

Sensibilidad a la voz de la gracia

Dios está siempre a la espera de comunicarse con nosotros, pero para oírlo es necesario que nuestras almas permanezcan en silencio, lejos de la agitación y de las preocupaciones del mundo moderno. Recogidos en oración o cumpliendo con nuestras obligaciones cotidianas mientras el espíritu permanece vuelto hacia lo sobrenatural, estaremos creando las condiciones para que Él hable en nuestro interior.

A medida que avanzamos en el camino de la virtud, adquirimos profundidad de espíritu, nuestra fe se robustece y nuestra confianza en Dios se fortalece; alcanzamos mayor sensibilidad a la voz de la gracia que resuena constantemente en nuestro interior y que el padre Thomas de Saint-Laurent describe muy bien al principio de El libro de la confianza: “Voz de Cristo, voz misteriosa de la gracia que resonáis en el silencio de los corazones, vos murmuráis en el fondo de nuestras consciencias palabras de dulzura y de paz”.4

Pidámosle a la Santísima Virgen María, que “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19), que nos abra los oídos del alma a esa suave y penetrante manifestación de Dios en nuestro interior. ²

Autor : P. Hugo Vicente Ochipinti González, EP

1 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. III, q. 36, a. 7.
2 Cf. Ídem, a. 5.
3 Cf. Ídem, ibídem.
4 SAINT-LAURENT, Thomas de. O livro da confiança. São Paulo: Artpress, [s.d.], p. 9.

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