Redacción (Lunes, 01-05-2017, Gaudium Press) En el día 13 de este mes de mayo habremos llegado por fin al centésimo aniversario de la primera aparición de la Virgen en Fátima, una fecha tan esperada por nosotros, dado que el mensaje revelado en esa ocasión fundamenta una especial esperanza para la humanidad, ante el proceso histórico del que ha sido objeto a lo largo de siete mil años.

En efecto, las palabras que la Señora les dirigió a los tres pastorcitos nos invitan a alzar la vista -viciada por un mundo materialista, mecanizado y despojado de religiosidad- hacia la consideración de nuevos horizontes: los del Reino de María que nace, cuya aurora empieza a teñir de dorado la cima de algunas montañas, prenunciando el mediodía prometido.

Bajo la soberana y grandiosa mirada de Dios, la Historia de la humanidad forma un único conjunto enorme que abarca el pasado más remoto, un presente bastante perturbado y un futuro más distante. De modo que el Mensaje de Fátima, dictado durante las diversas apariciones de la Virgen, debemos evaluarlo en función de la visión global de todos los siglos, que se desarrolla a los pies de Jesús y cuya maravillosa trama pone en irreconciliable oposición a los ángeles y a los demonios, a los santos y a los precitos, a los profetas de Dios y a los de Satanás.

Aunque fue prometida en el Protoevangelio (cf. Gén 3, 15), y a pesar de que han ocurrido muchos episodios prefigurativos a lo largo de los tiempos, aún no ha tenido lugar la plenitud del enfrentamiento entre la cabeza de la serpiente y el calcañar de la Virgen. Sin embargo, vemos actualmente cómo las potencialidades, o capacidades de acción, se multiplican y se acumulan en ambos lados de modo que podemos afirmar con toda propiedad que nuestra época trae perspectivas verdaderamente apocalípticas.

Ahora bien, el Apocalipsis es presentado a menudo exclusiva y unilateralmente como un elenco de dramas sucesivos, desastrosos para todo y para todos… y esto le priva de su principal significado: una hermosa liturgia -realizada de común acuerdo entre los ángeles y los justos, bajo el mando del propio Cordero inmolado- mediante la cual Dios venga su honor, restablece la justicia e instaura su reino de paz; la paz de Cristo y de María, la única verdadera y realmente estable.

En efecto, si consideramos los siete mil años de acontecimientos de los hombres en la tierra, veremos que, infelizmente, junto a hechos sin duda muy hermosos, la Santísima Trinidad dejó que el demonio interfiriera muchísimas veces en los planes divinos, interrumpiéndolos y deturpándolos como mejor le apeteciera.

Esto cambiará pronto, y Dios asumirá el mando de la Historia como lo anunciaron los profetas, tanto los del Antiguo como los del Nuevo Testamento.

En ese sentido, las profecías del secreto de Fátima poseen un profundo significado, porque constituyen el último eslabón de una cadena que une el Cielo a la tierra, y cuya realización marcará un antes y un después en las relaciones entre Dios y los hombres, por medio de gracias imprevisibles e incluso inimaginables.

Estamos ahora, por tanto, a la vera de una nueva frontera de la Historia.

(Editorial – Revista Heraldos del Evangelio, Mayo de 2017)
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